Así es como se titula el primer capítulo del libro "Más allá de la libertad y la dignidad" de BF Skinner, en el que asegura que "si se han de conseguir los objetivos tradicionales de la lucha por la libertad y la dignidad, es el ambiente lo que se debe cambiar, más que el hombre mismo". A partir de esta afirmación, Skinner realiza un profundo análisis sobre el hombre y la sociedad, destacando la importancia de desarrollar una tecnología de la conducta útil para afrontar estos cambios tan necesarios. Pero, con este ambicioso objetivo, se hace necesario un rodeo a través de la evolución de las explicaciones psicológicas de nuestra conducta, en comparación con otras explicaciones científicas como son las de la física y la biología.
Permitidnos redundar sobre este repaso histórico narrado por Skinner en el primer capítulo de su libro, que a nuestro modo de ver, recoge el sentido de ser del análisis de la conducta y dibuja un horizonte en particular para la psicología.
Skinner se remonta mil quinientos años atrás, cuando "el hombre se conocía a sí mismo tan adecuadamente como cualquier otro aspecto de su mundo." Sin embargo, la física y la biología han avanzado mucho, sin que se haya producido un avance equivalente en lo que a una ciencia de la conducta se refiere. Según su punto de vista, esto se debe a la forma en la que hemos tratado históricamente las causas de la conducta. Mientras que la física, y más tarde la biología, avanzaron en este aspecto superando la terminología pre-científica, la psicología todavía recurre a estos términos para explicar la conducta animal.
Tal y como se describe en este capítulo, las primeras explicaciones causales provenían de la propia conducta humana. "Las cosas se movían precisamente porque él, el hombre, las hacía mover. Si otras cosas se movían se debía a que alguien las ponía en movimiento, y si ese motor no era detectable para la sensibilidad humana, eso se debía efectivamente a que era invisible." La biología y la física pronto descartaron estas explicaciones caprichosas, mientras que en el campo de la conducta, si bien no se sigue atribuyendo a la voluntad divina, sí se continúa recurriendo a ciertos agentes innatos para justificar la conducta. Se dice por ejemplo que un delincuente quizás actúe como lo hace a causa de su personalidad alterada, si bien "no tendría sentido hacer esta afirmación a menos que pensemos en la personalidad como algo distinto de la persona misma que tiene este problema."
La física continuó durante muchos años describiendo la conducta de las cosas como si estas tuvieran voluntad, impulsos, sensibilidad, propósitos… El propio Aristóteles consideraba que un cuerpo descendente aceleraba la velocidad de su caída porque, conforme se iba acercando a su destino, se sentía más jubiloso ante la perspectiva de llegar. Este tipo de explicaciones también fueron descartadas, pero resulta habitual oír, por ejemplo, que una persona que lleva buenas noticias acelera el paso porque experimenta "la jubilosa necesidad de comunicarlas."
Más tarde, estas ciencias comenzaron a atribuir la conducta de las cosas a esencias, cualidades o naturalezas. Si nos dormíamos cuando tomábamos ciertas sustancias era porque poseían la "virtus dormitiva" o, si cierta composición se comportaba como lo hacía, quizás se debía a su "esencia mercurial". De esta forma se comparaban unas sustancias con otras en función de sus cualidades o esencias. La biología no descartó por completo este tipo de explicaciones hasta el siglo XX, mientras que en el ámbito de la conducta todavía se recurre a la esencia humana, y existe, de hecho, una amplia 'psicología de las diferencias individuales' en la que a los individuos se les compara y se les describe en términos de peculiaridades de carácter, capacidades y aptitudes.
"Cada nueva fuente de poder para el hombre de hoy,
disminuye las perspectivas del hombre del futuro."
Darlington, 1970.
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Llegados a este punto, se exponen algunos ejemplos de la problemática realidad actual, reflexionando sobre el importante papel que la ciencia de la conducta tiene en su resolución. Del mismo modo que los avances en la biología y la medicina han permitido que vivamos más años, se ha agudizado la explosión demográfica en el mundo. Alcanzar las condiciones de vida y la tecnología de la que hoy disfrutamos ha necesitado de conflictos entre sociedades y de guerras, que han añadido un nuevo horror a los suyos propios con el descubrimiento de las armas nucleares. Las mismas condiciones de vida parecen contingentes al desinterés apático de los jóvenes y a la contaminación ambiental. A estas y a muchas otras cuestiones, la ciencia de la conducta sigue respondiendo que lo que necesitamos es llevar a cabo un profundo cambio en nuestras actitudes, o bien superar nuestro orgullo, o fomentar el sentido de la responsabilidad, proporcionar ideales y hacer desaparecer los sentimientos de desesperanza. Tal y como afirma Skinner: "Una etiqueta para cada cosa y cada cosa con su etiqueta: problema resuelto. Esto es algo que ni se pone en duda ni se cuestiona." Sin embargo no existe nada parecido en las ciencias modernas.
Sin embargo, como consecuencia de esta tradición explicativa tan arraigada, se descuidan las condiciones de las cuales la conducta es función. Y esto ocurre porque "la explicación mental pronto agota la curiosidad." Tal y como describe Skinner, el efecto lo comprobamos cuando preguntamos a alguien por qué va al teatro y su respuesta es, sencillamente -Porque me gusta-. La respuesta la aceptamos como un género de explicación cuando, mucho más significativo sería el saber que le ha sucedido cuando ha ido al teatro en ocasiones anteriores, que oyó o leyó con referencia a la obra que vio representada, y qué otros hechos, pasados o presentes en su propio contexto, le pudieron inducir a asistir a dichas representaciones (precisamente a ellas, en cuanto distintas de cualquier otra actividad a la que se podría haber dedicado: por qué fue al teatro y no al cine, por ejemplo). Y, sin embargo, aceptamos el 'porque me gusta' como una especie de resumen de todo lo anterior.
William James |
De esta forma, la objeción conductista a las ideas, sentimientos, peculiaridades de carácter, voluntad, etc. supone una ruptura con esta terminología pre-científica, profundamente arraigada en nuestro lenguaje. Resulta viable ignorar la problemática que plantea dar respuesta a las preguntas tenazmente mantenidas sobre la naturaleza de la mente, aunque no sea sino por razones de estrategia, ya que ésta escapa a toda demostración científica.
Hace tiempo que William James corrigió la interpretación con respecto a la relación existente entre sentimientos y acción. Y aseguró, por ejemplo, que no escapamos porque tenemos miedo, sino que tenemos miedo porque escapamos. En otras palabras, lo que sentimos cuando tenemos miedo es nuestra conducta -la propia conducta que, en la interpretación tradicional, expresa el sentimiento y es explicada por él-. De este modo superamos la necesidad de recurrir a un suceso mental anterior.
En definitiva, el cometido de un análisis científico de la conducta debe consistir en explicar cómo la conducta de una persona, en cuanto sistema físico, se relaciona con las condiciones bajo las cuales vive el individuo y, de esta forma, ninguna otra intervención resulta ya necesaria. Las contingencias de supervivencia, responsables de la herencia genética del hombre, es posible que le produjeran la tendencia a actuar agresivamente, pero no en cambio sentimientos de agresividad. Nuestra época no sufre por ansiedad, sino por accidentes, crímenes, guerras y otras realidades dolorosas y llenas de peligro a las cuales la gente, con tanta frecuencia, queda expuesta. Los jóvenes no abandonan los centros de enseñanza, ni rechazan el trabajo, ni se asocian con los de su edad, precisamente porque estén alienados, sino más bien por causa del ambiente social defectuoso que encuentran en sus propias casas, en las escuelas, en las fábricas y en cualquier otro sitio. Deberíamos prestar atención directamente a la relación existente entre la conducta y su ambiente, olvidando supuestos estados mentales intermedios. La física no avanzó prestando atención en el júbilo de un cuerpo descendente, tanto más acelerado cuanto más jubiloso. Ni la biología avanzó, como lo ha hecho, a base de tratar de descifrar la naturaleza de espíritus vitales. Es innegable que el objetivo del análisis de la conducta y del propio Skinner resulta ambicioso, pero como podemos comprobar, la física y la biología ya nos han mostrado el camino a seguir.
Referencias
Darlington, C.D. (1970). The evolution of Man and Society. Citado en la revista Science,168, 1332.
Skinner, B. F. (1971). Beyond Freedom and Dignity. New York: MacMillan (traducción castellana, Barcelona: Fontanella, 1972).