El libre albedrío, la defensa de las libertades individuales, el no intervencionismo, la concepción bondadosa del ser humano al estilo rousseauniano, la redundancia del interés individual en el interés colectivo, la cooperación entre individuos y la concepción del 'homo económicus' son algunos principios sobre los que se asienta el liberalismo. Sin embargo, muchos de estos principios confrontan con las aportaciones de la ciencia y del análisis de la conducta en este sentido. En esta entrada reflexionaremos sobre algunos errores del liberalismo desde el punto de vista del análisis de la conducta y, a su vez, servirá para sustentar los posteriores análisis sobre la convulsa realidad económica, política y social.
Además de su contenido político o económico, las ideas liberales plasmaron también un modo de entender la sociedad y las relaciones sociales. La teoría de la evolución de Darwin proporcionaba la base perfecta para abandonar definitivamente las explicaciones sobrenaturales y religiosas de la moralidad y, en definitiva, de la construcción de la sociedad, para buscar una explicación naturalista. Desde la filosofía, los liberales concibieron el universo como una inmensa mecánica cuyos engranajes obedecían a leyes naturales.
Resulta interesante destacar que la mayoría de los teóricos ilustrados pertenecían a familias acomodadas y que tampoco contaban con el apoyo de una población eminentemente católica y en contra de todo cambio, por lo que se consideraban muy lejos cultural e ideológicamente del resto de la población. De este modo plantearon una sociedad elitista y jerarquizada. Consideraron las diferencias económicas entre ciudadanos como inevitables y necesarias, sin que esto supusiera un impedimento para el desarrollo de las libertades. De esta forma, los autores se encaminaron a teorizar sobre los derechos y deberes que debería tener una sociedad liberal y sobre los mecanismos sociales y políticos que garantizaban esta libertad.
Rousseau, en efecto, consideraba al hombre "bueno por naturaleza", siendo las estructuras jurídicas y sociales las que matan el desarrollo espontaneo de sus sentimientos naturales, siempre buenos. Al mismo tiempo, Adam Smith abordaba el estudio de la economía desde la filosofía. Smith pensaba que toda acción moral se fundamentaba en sentimientos universales, comunes y propios de los seres humanos, tales como el egoísmo, el deseo de ser libre, el sentido de la propiedad, el hábito del trabajo y la tendencia al intercambio.
Sobre esta base, el libre albedrío sustenta las teorías liberales, abarcando a cada sector y a cada individuo que los compone. Estas teorías establecen la libertad legal individual como la base del crecimiento de la sociedad. Esto es, en sentido rousseauniano, la búsqueda de la libertad del hombre eliminando las trabas legales y sociales que lo limitan impidiendo su desarrollo. Del mismo modo, la libertad individual sustenta el progreso de la sociedad. La construcción de una sociedad libre demanda cooperación entre los individuos, siempre desarrollada en un ambiente natural, esto es, libre de trabas. Esto supone la satisfacción de las necesidades de ambas partes mediante un intercambio mutuamente beneficioso.
«El hombre nace libre, pero en todos lados está encadenado» J.J. Rousseau. El contrato social.
Los derechos y libertades individuales tal y como los autores ilustrados teorizaron constituyeron la base de las revoluciones burguesas y fueron recogidos en las leyes constitucionales de los países occidentales. Las teorías clásicas de la economía, entre las que se encuentra la Escuela de Chicago de Milton Friedman, supusieron más tarde un empujón a estas teorías y a su aplicación a efectos prácticos por los gobiernos liberales.
«Dame lo que necesito y tendrás lo que deseas» Adam Smith. La riqueza de las naciones.
Hoy en día, las medidas políticas y económicas que se proponen desde el FMI, el BCE, o desde EEUU y Alemania, y que se introducen en España, siguen esta línea ideológica. Sin embargo, cada vez resulta más evidente que estas medidas no favorecen a la población en general, que el interés individual no siempre redunda en el interés de la sociedad y que el interés de cooperar no beneficia a las dos partes, o al menos no del mismo modo. Pero si de algo existen evidencias es de que el contexto determina lo que hacemos. La sociedad liberal y la economía de mercado no son más que un conjunto de conductas tales como comprar, vender, informarse, trabajar… puestas en relación y que dependen todas ellas de las contingencias ambientales o contextuales, por lo que se rigen por los principios del aprendizaje, base de nuestra interacción y adaptación al medio social.
Milton Friedman era consciente de este hecho e irónicamente, mientras promulgaba la ideología del libre albedrío, se servía de las contingencias contextuales para implantar sus medidas económicas en Chile, tal y como explica Naomi Klein en "La doctrina del shock". Tampoco se esforzaba en ocultar que cualquier situación desgraciada era una oportunidad de negocio y de libertad. Sin ir más lejos, los huracanes que asolaron la costa estadounidense significaron una oportunidad única para liberalizar el sector de la educación. Los atentados del 11-S también dieron una oportunidad a las empresas de seguridad, que se apresuraron a lanzar sus productos para evitar ataques terroristas. Sin embargo, la explicación habitual suele ser que el negocio es sinónimo de progreso y de libertad, que en un sistema liberal cualquiera puede emprender y progresar, lo que nos hace a todos iguales. Suele ser habitual escuchar decir a las grandes fortunas que todo su patrimonio procede de su esfuerzo, mientras que las clases bajas no progresan debido a su falta de interés, de motivación, o por déficits en el sistema que deben corregirse introduciendo más medidas de carácter liberal. Sin embargo, lo cierto es que las contingencias dispuestas por el marco económico de occidente no favorecen la adaptación social del grueso de la población y que cada vez estamos más lejos de ello. Por el contrario, el que dispone de una posición privilegiada para modificar las contingencias, las leyes, disponen de una oportunidad de oro para satisfacer sus necesidades, sin que esto suponga beneficio para el resto de la población. En base a los principios del aprendizaje, en éste y en una serie de post que vendrán, intentaremos exponer algunos argumentos que ayudarán a explicar esta afirmación.
[Añadido del 23/09/12] «Sólo una crisis -real o percibida- da lugar a un cambio verdadero. Cuando esa crisis tiene lugar, las acciones que se llevan a cabo dependen de las ideas que flotan en el ambiente. Creo que esa ha de ser nuestra función básica, desarrollar alternativas a las políticas existentes, para mantenerlas vivas y activas hasta que lo políticamente imposible se vuelva políticamente inevitable.» Milton Friedman, (Recogido por Naomi Klein, 2007).
En primer lugar, merece la pena pararse a reflexionar sobre lo que significa el libre albedrío. Esto supondría disponer de todas las posibilidades ante nosotros con la misma probabilidad de ser elegidas de modo que, sin condicionantes, tendríamos el poder de elegir en consonancia con nuestra voluntad. Bajo el punto de vista del análisis de la conducta, esto resulta imposible. Los condicionantes legales no son las únicas contingencias de nuestro entorno, sino que nuestra elección se encuentra condicionada por innumerables factores, tanto por clases de eventos ambientales como por nuestra historia previa. El libre albedrío solo tendría cabida en el sentido más estricto si todos fuéramos la misma persona o, como planteaba Rousseau, si fuéramos capaces de recuperar un hipotético estado inicial, expresión de nuestra naturaleza bondadosa.
Partiendo de que disponer de todas las opciones resulta imposible, elegir entre las opciones de las que se dispone tampoco garantiza el éxito, como explica en Dan Gilbert en la TED ¿Por qué tomamos malas decisiones?. Cometemos determinados sesgos en la toma de decisiones, fruto de los errores en el cálculo de probabilidades y del valor de las cosas, o más bien de las estrategias que utilizamos para calcularlos. Disponer de un mayor número de posibilidades tampoco es sinónimo de felicidad y progreso como también explica Barry Schwartz en "La paradoja de la elección". Más bien lo contrario. En determinadas ocasiones, contar con un número excesivo de alternativas provoca indecisión y 'parálisis' y, necesariamente, descontento al pensar en la opción no escogida. Esto resulta particularmente interesante en una economía de mercado, en el que la liberalización de determinados sectores permite disponer de un número mayor o menor de alternativas.
Por otro lado, los empiristas ingleses, Smith entre ellos, consideraban que la cooperación entre los miembros de la sociedad procuraba el interés general, superando el egoísmo individual. A su vez, esta cooperación era interesada y egoísta, funcionando este interés de carácter económico, como mecanismo motivacional. Sin embargo, no es cierto que el interés del hombre sea siempre económico. Tampoco es cierto que el interés general sea el resultado del interés individual sino que, en muchas ocasiones, el bien común pide el sacrificio del interés particular. El análisis de la conducta proporciona herramientas que permiten realizar un análisis funcional capaz de explicar lo que sucede en estos casos. Un ejemplo es la teoría de restricción del refuerzo de Allison (1983). Esta teoría asume que si el individuo es capaz de elegir libremente entre las alternativas disponibles, este distribuirá sus respuestas de la forma que sea más cómoda u óptima, es decir, de la manera que obtenga mayor beneficio. El punto de deleite conductual define esta distribución óptima y es medible empíricamente. Introducir una restricción a esta distribución de respuestas, implica que los organismos defenderán el punto de deleite conductual contra los cambios. ¿Qué ocurriría si el bien común impone una restricción al bien individual, al máximo beneficio? Nuestra respuesta dependerá de nuevo de las alternativas de las que dispongamos. Sin embargo, disponer de una posición privilegiada para restaurar nuestro punto de deleite o lo que es lo mismo, para contrarrestar esa restricción, facilita que nos decantemos por la alternativa más cómoda. No olvidemos que, cuando hablamos de una situación privilegiada, también estamos abordando las contingencias que influyen en su respuesta. De esta forma, pactar nuestros intereses con los demás no es la única estrategia posible y, más aún, cuando gozamos de una posición privilegiada, la cual nos permite modificar el contexto para hacerlo más favorable a nuestros intereses. El estudio de los mecanismos motivacionales en la conducta de elección y la regulación conductual pueden aportar evidencias muy valiosas en este sentido.
En definitiva, desde los teóricos neo-liberales, hasta los gobiernos, pasando por empresas y grandes inversores que ponen en práctica todos estos principios, utilizan las contingencias socio-económicas para implementar las medidas neo-liberales, sirviéndose de la crisis económica como escusa, y con el interés general, la libertad y el progreso como escudo. Conocerlas supone una ventaja en la adaptación al medio social, por lo que se esfuerzan en estudiarlas en lo que se denomina la rama de la economía conductual, y en utilizarlas en beneficio propio. Desde luego, la ciencia y el análisis de la conducta también deben esforzarse en estudiar la realidad económica, política y social y aportar en este sentido todo el conocimiento que le sea posible. En una serie de futuros posts y en la medida de nuestras posibilidades, intentaremos exponer algunos ejemplos de la realidad económica y social aplicándoles nuestro conocimiento sobre los principios del aprendizaje.
Referencias
Gilbert. D. ¿Por qué tomamos malas decisiones?. (Video) Klein. N. (2007). La doctrina del Shock: El auge del capitalismo del desastre. Madrid: Paidós Ibérica. Rousseau, J.J. (1762). El contrato social. Schwartz. B. La paradoja de la elección. (Video) Smith, A. (1776). La riqueza de las naciones.